Una olla de sorpresas…el Bierzo

Rodeada de montañas

Casi como una aldea gala invencible, la comarca natural del Bierzo se esconde en el extremo noroeste de Castilla y León, abrazando a Galicia pero separándose de las provincias vecinas por una gran fortaleza natural, la que forma su circulo de montañas. En medio queda el llano, donde se levantan sus ciudades y villas principales, capitaneadas por su histórica capital, Ponferrada. La llanura central viene surcada por un eje que articula la comarca y le da fama más allá de sus fronteras. Se trata del Camino de Santiago, que desde hace más de 800 años cruza el Bierzo de lado a lado, acercándose desde la vecina maragatería para encaminarse, tras las bonitas etapas bercianas, al tramo final gallego con la llegada al mítico O Cebreiro. Un camino que ha definido paisaje y población, y, a través del cual se ha articulado la historia de pueblos, monasterios y, porque no decirlo, bodegas y viñedos. Otro camino, el de la Plata, converge también en algún punto del Bierzo con el de Santiago. Esta vía que cruza la península desde el sur, pasaba inexorablemente por las Médulas bercianas, las minas de oro romanas. De ahí se transportaba el oro hacia Mérida, el Guadiana y, por el mar hacia Roma.

La ruta del vino

El Camino de Santiago deja, a su paso, un legado inabarcable de hostales, antiguos hospitales, y, por supuesto, bodegas que trazan otro itinerario paralelo, digno de ser descubierto, especialmente por parte de los amantes del buen vino. Los del Bierzo, son vinos discretos cuanto a nombre y popularidad, pero con una gran personalidad derivada de dos variedades de uva propias de la zona: mencía, en los tintos y rosados, una variedad caracterizada por su poca acidez y los matices afrutados que otorga a los vinos, y godello, para vinos blancos, ligeros y afrutados. Algunas cepas son centenarias, dando lugar a vinos de gran calidad. El suelo de la zona, especialmente en la ribera del Sil, es arcilloso y a veces mineral, cosa que matiza aún más el carácter de los vinos D.O Bierzo. Las principales bodegas y restaurantes  trazan esta sabrosa ruta vinícola. La mayoría dpallozase ellas se encuentran ubicadas en la terraza vitícola que se eleva siguiendo el río, entre Camponaraya y la histórica ciudad de Villafranca del Bierzo. Cacabelos, una bonita población al pie de la ruta hacia Santiago, es considerada la capital del vino. 

naturaleza

Como no todo es beber y comer, quizá ha llegado el momento de dejarse caer por las montañas y descubrir algunos de los tesoros paisajísticos de la comarca. Un país rico en recursos minerales cuya explotación, en minas de carbón, hierro o canteras de pizarra ha contribuido en forjar su economía y carácter. Una gran metáfora de ello son las Médulas, un paisaje de grandes gigantes de oro nacido a raíz de una mina de este material precioso en época romana. La explotación aurífera, que en el siglo I d.C llegó a ser la más grande del mundo. Se hizo a través de un complejo sistema para abatir el conglomerado en el que se encuentra el oro, junto con una extensa red de canales para transportar el agua que utilizaban como fuerza de arrastre y lavado. Todo ello modeló un paisaje único de peñascos ondulados de color rojizo que brillan con especial intensidad con el sol del atardecer. 

No muy lejos de esta zona, merece la pena acercarse al valle del silencio. Entre robledos se llega a la Tebaida Berciana, antigua morada de monjes. La población principal, Peñalba, declarada conjunto artístico nacional es un ejemplo único de la arquitectura de piedra y pizarra.

Los Ancares, de leyenda

La sensación que despiertan los Ancares es la de zona de leyenda de regusto profundamente celta. Entre húmedos bosques de castaños y tejos, parece que en cualquier momento nos vendrán a recibir duendes y hadas. Reconocida como Reserva de la Biosfera, la Sierra de los Ancares es el límite natural entre los Ancares leones y gallegos. La arquitectura tradicional toma forma de pallozas, esas cabañas de planta circular con cónicos tejados de centeno, y hórreos, construcciones de madera elevados sobre la tierra y destinados al almacenaje y secado del grano. Todo ello confiere a las cuatro valles de los Ancares leoneses, Burbia, Fornela, Ancares y Balboa, un aire muy particular que transporta a tiempos remotos, de vida rural sencilla y ritmos sosegados.

 

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